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Derechos Humanos Ahora!

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LA ANTIGUA GUERRA A MUERTE CONTRA EL MAPUCHE

Tito Tricot

Dicen los que saben, que los más antiguos de los antiguos estaban hechos de lluvia azul. Y así caminaban por el mundo, pintando mariposas y océanos sin pausa, descansando sólo en las noches más oscuras alumbrándose de luciérnagas tiernas. Algunos dicen que, en realidad, eran dioses orlados de viento que buscaban la mejor tierra  para sembrar sueños y, de pronto, sin previo aviso, en una tormenta imposible de relámpagos y volcanes fulgentes, se dibujó en toda su morena hermosura la primera lagmien mapuche. Toda esta tierra es tuya, le susurraron con fuego para que jamás nunca se le olvidara, ni a sus hijos, ni a los hijos de sus hijos. Y así a la gente de la tierra se les dio el Meli Witran Mapu – los cuatro puntos cardinales –  para que allí hicieran el amor sin prisa y, también  sin urgencia, compartieran los frutos de sus entrañas que eran, les dijeron, de todos y de nadie. Que aquí podrían construir su Mundo y su País, y les dieron choroyes y arrayanes, quilas y bandurrias, lagos y montañas, y en el centro de su corazón les dibujaron un río tan bello y tan azulado que daban ganas de llorar en las desconcertantes madrugadas de rocío virgen. Hilar su Mundo y su País, les dijeron, pero, con un dejo de tristeza y con descomunal pesadumbre, entornaron sus ojos de lluvia para advertirles que desde allende los mares vendrían de yelmo y alabardas para matarlos a todos en nombre de un dios ajeno. Que tuvieran cuidado, porque aquende la muerte se vestiría de uniforme chileno y argentino; y todo se lo dijeron en tiempos en que no existían ni Chile y Argentina, sino tan sólo el Wallmapu, el País Mapuche, su país de tierra fértil y pródiga y, por lo mismo, apetecible por forasteros de distinto signo.

Así, aún perplejos ante la posibilidad de que les arrebataran sus tierras y sus sueños que apenas comenzaban,  los mapuche se  abocaron a la tarea de irisar su Mundo sustentado en Itrofillmongen, la vida en su conjunto, la biodiversidad, el equilibrio, el respeto. Al bienestar en armonía le llamaron  Küme Felen;  Küme Mongen a la calidad de vida y Nor-Felen a la ley natural o autorregulación de la naturaleza de las distintas dimensiones del Mundo Mapuche donde habitan los hombres y las fuerzas de la vida desde tiempos inmemoriales. O desde todos los tiempos, que es el tiempo mapuche, el justo que necesitaron para construir el Wallmapu. El país mapuche, que oteaba dos océanos y dos cordilleras, se nutrió de la lluvia azul de los más antiguos de los antiguos y del Ad Mapu para iluminar a los nagche, wenteche, lafkenche, williche, pewenche o puelche,  mapuche todos, gente de la tierra para que nunca se les olvide. Y es tan colosal su memoria que no pueden dejar de recordar, aunque quieran. Cuentan que había un anciano tan anciano que era la memoria misma. Vivía allá por Curarrehue con su familia, caballos y ovejas. Se iba orillando la cordillera cazando leones, perdiéndose semanas enteras, a veces meses, en búsqueda del tiro perfecto, porque el puma le destrozaba las ovejas en plena noche  sin que nadie se percatara y eso no es justo, decía. Y recordaba cada oveja, cada gallina,  cada yegua perdida a manos del león, las suyas y las ajenas, las de ahora y las de ayer, porque nunca hay que olvidar que el olvido es otra forma de morir, les espetaba a sus hijos y nietos alrededor del fogón de la ruka. El mismo lugar donde una noche de temporal les contó sin prevenirlos que conoció en persona a los antiguos de lluvia azul que, incluso, les rozó la piel de agua cuando en una noche de tormenta como ésta quiso averiguar los insondables misterios de los orígenes más remotos del universo.  Y supo que desde el cielo cayeron rocas fulgurantes que formaron volcanes y montañas, que de las lágrimas de las estrellas nacieron lagos y ríos tornasoles y que al paso desnudo de la primigenia mujer mapuche nacieron flores bermejas y pájaros encinta. Supo, también, porque lo vio con sus propios ojos, que los mapuche sufrieron el formidable castigo de Chau Ngenechen por haber infringido los principios del Ad Mapu. Y llovió tanto que los mapuche lloraron desconsoladamente, lo que hizo subir aún más las arremolinadas aguas. Entonces más lloraban de pavor y arrepentimiento y más subían los mares y los lagos y los ríos. Se oscureció el cielo con tal fuerza  que los aterrados mapuche sólo vieron tinieblas en el horizonte para siempre, dijo el anciano mientras observaba caviloso las lenguas de fuego que crepitaban en medio del invierno. Porque lo vio, nadie se lo contó, porque era la memoria misma, la brasa de una cultura tan antigua como su tierra, pensaron silentes los niños que soñaban con cazar leones por las gargantas andinas.

De pronto, murmuró el anciano, hubo tal estruendo que la tierra se abrió en dos y el agua arrastró a todos los mapuche mar adentro, convirtiéndolos en peces añiles y piedras negras. Parece que se murió un instante el sol, reflexionó, pues cuando abrí nuevamente los ojos asomaron en la cima más alta del monte más alto cuatro mapuche ateridos de frío que decían algo así como: nunca más, lo prometemos, Chau Ngenechen. Nunca más. Un anciano y una anciana, un joven y una joven, eran. Y los niños escuchando fascinados cómo de la muerte renacía la vida, y el abuelo que lo ha visto todo, recordando con amargura el día inclemente cuando su pueblo casi perece ahogado. Pero sobrevivió, para levantarse en todos los rincones del Wallmapu sin olvidar jamás la terrible lucha entre los poderes de la tierra y el mar que, a fin de cuenta, son los estertores del  desequilibrio de la Ñuke Mapu ofendida por el egoísmo del hombre. Y el más grande egoísmo arribó desde Europa ataviado de coraza, rodela, cota de malla, casco y calzón de rojo terciopelo, hediendo a viaje de galeón. Y para matar traían sus enfermedades y sus armas: espadas, arcabuces, caballos, cañones, lanzas, ballestas, montantes. Traían la más implacable de las guerras y a un dios blanco de ojos azules que supervisaba diligente masacres y esclavitudes, violaciones y estupros por doquier. Yo sentí la glacial ferocidad de su mirada, cuenta el anciano de  Curarrehue, una tarde de primavera cuando quise preguntarle el por qué de tanta crueldad. ¿Es que no les basta con sus propias tierras y sus propios animales?, dije yo con mi palabra. Es mi tierra, gritó con voz atronadora, mi acuarela, mi escultura, mi aguafuerte, mi arpillera, mi vitral, mi mosaico, mi libro abierto, mi orgasmo cósmico. Mi propiedad.

 ¿Y qué es propiedad?, le interrogué desconcertado. Me miró con desprecio desde las alturas de su ciclópeo porte para reír burlesco: todo lo que no se puede tocar por los siglos de los siglos, amén. ¿Y qué no se puede tocar por los siglos de los siglos, amén, inquirí? Aún con desdén y molesto por haberle interrumpido su siesta, vociferó: los  bosques, la tierra, los lagos, los ríos, las montañas, el cobre, la plata, el carbón, los mares, los peces, el aire, los pájaros, el agua, las ruka, los caballos, las gallinas, los pavos, los corderos, el trigo, los chícharos, el merken, las plantas, las cascadas, las risas, las manos, las piernas, el amor, los dientes, los vientres maternos y sus hijos, los sueños, la muerte. Todo  lo que es riqueza o puede convertirse en riqueza, rubricó desganado.

Pero, declaré y reclamé, al tiempo que le miraba fijamente a los ojos, turbios como el río en invierno, los más antiguos de los antiguos nos dieron el Meli Witran Mapu para que hiciéramos el amor sin prisa y, también  sin urgencia, compartiéramos los frutos de sus entrañas que eran, nos dijeron, de todos y de nadie. Que aquí podríamos construir nuestro Mundo y nuestro País. Y así lo hicimos entre dos océanos, sin premura y sin propiedad alguna, que no la conocíamos; y los pájaros anidaban en cualquier árbol, los lagos se posaban en inesperados  recovecos, mientras los ríos fluían sin pausa por entre ventisqueros, bosques y acantilados para besar atónitos el mar, que era también el mar de todos. Y de todos la tierra que se podía tocar por los siglos de los siglos, amen. Es mi palabra, dije, y en ese preciso momento, desde la profundidad de su garganta de plata, brotaron alambres de púa, fusiles, aserraderos, colonos, militares, reducciones, asesinatos, torturas, exilios, migraciones, policías, matanzas y países ignotos que clavaron sus banderas de seda en el corazón del Wallmapu. Entonces, nada fue jamás igual y el anciano con su memoria a cuestas se refugió en la cordillera, pero ya no pudo cazar pumas, porque lo persiguieron, lo acorralaron, lo redujeron, lo radicaron a la fuerza y lo asesinaron a la fuerza en nombre de la civilización. Le usurparon el País Mapuche y le pulverizaron el Mundo Mapuche en nombre de la razón, de la riqueza  y de aquella propiedad de la cual hablaba el dios extraño que gritaba la barbarie de los indios.

Y los indios se guarecieron en sus silencios de indio para enfrentarse al egoísmo wingka, mientras bajo las piedras, en los recodos de los ríos, en las copas de los árboles, en los contrafuertes cordilleranos y en el fondo del mar, guardaban sus palabras, sueños, memorias, anuncios y denuncias, virtudes y vilezas, victorias y derrotas, amores y desamores, cantos y bailes, los primeros y los últimos pasos. Con especial cuidado escondieron el mapudungun, su lengua, y el origen del mundo y las leyes de la naturaleza. Todo, según cuentan, en un volcán en llamas donde sólo los kimche conocieron del secreto para evitar que el kimun mapuche ardiera en brasas y ceniza. Fue tal su sapiencia que, en las noches más opacas, desde sus ruka, sus campos y sus montes, salían sigilosos hombres, mujeres, ancianos y niños para dirigirse al volcán de la memoria. Allí recuperaban palabras, ritos, nombres, historias y, por sobre todo, el sueño de libertad que les mantenía vivos mientras el wingka les horadaba el alma. Los mapuche se negaban a morir o desaparecer en la ira de los vientos despiadados que venían del norte a lomo de caballo, en cureñas, de quepís, de sable y bayoneta, de fusil y revolver. Venían de la guerra para hacer otra guerra: de la civilización contra la barbarie, de la chilenidad contra la mapuchidad.

Guerra a muerte, hermano, que se entronizó en el País Mapuche ocupado por la fuerza armada. Guerra a muerte, hermano, que se acuarteló en el Mundo Mapuche ocupado por la violencia chilena. Y a nuestro territorio expoliado le llamaron frontera, cuando, en realidad, la frontera eran ellos; nos llamaron salvajes cuando, en realidad, los bárbaros eran ellos. Le denominan el conflicto mapuche, cuando en realidad el conflicto es de ellos que temen reconocer su indianidad.

Hoy nos llaman terroristas, cuando el terror lo siembran ellos en las comunidades con sus allanamientos y golpizas y bombas lacrimógenas y balazos y muertos. Porque los chilenos comenzaron a asesinar mapuche en el siglo diecinueve, prosiguieron en el siglo veinte y continúan en el siglo veintiuno. Matías Catrileo, Alex Lemun y Jaime Mendoza cayeron en nuestro país ocupado por la fuerza militar. Es por la propiedad que no conocíamos, por los árboles y las aguas, los minerales, los peces, los pájaros. Y la tierra que nos dieron para siempre los más antiguos de los antiguos allá en Collipulli, Temucuicui, Lumako, Neltume. Liquiñe, Lleu-Lleu, Cuyinco, Tirua, en la costa, en la montaña, en los valles, nos dieron, para construir el País Mapuche y el Mundo Mapuche. Es mi palabra, para que nos dejen en paz y simplemente ser lluvia o tierra o mar, dijo el anciano de Curarrehue que es la memoria misma y que caminaba por el sur del mundo mucho antes que los chilenos.

Tito Tricot

Sociólogo

Director

Centro de Estudios de América Latina y el Caribe

CEALC

VICTOR JARA EXIGE JUSTICIA

Hoy le toca a Víctor Jara ser el que aparece en huesos ennegrecidos para decirnos que solo la perseverancia de sus familiares ha permitido avanzar milimétricamente en la verdad y en la justicia respecto a su crimen, cometido por una dictadura fascista y básicamente por un sector político que hasta hoy día, 35 años después, goza de los beneficios que esta dictadura les trajo.

“Si tuviera un martillo, golpearía en la mañana, golpearía en la tarde, por todo el país, martillo de justicia, martillo de verdad, martillo de castigo y de nunca más”…es lo menos que podemos cantar en estos momentos junto a Víctor Jara, golpeando por ejemplo al nazi criollo que días atrás aseguró que lo sucedido a la Presidenta Michelle Bachelet no se compara a lo sucedido con Ana Frank, quien murió en un campo de concentración, porque aquí esta Víctor, mostrándonos que murió en iguales circunstancias de espantoso dolor y en un exterminio que todavía no es castigado.

Con este golpe de verdad podemos golpear a la diputada nieta de torturador que escandalizada reclamó por los falsos desaparecidos que le indicó el Mamo Contreras, jefe de la Gestapo nacional, la DINA , incluyendo entre ellos a los familiares detenidos desaparecidos de Anita González, que son cinco, y de paso golpear a los que dicen que debemos dejar el pasado atrás y construir futuro, olvidando de ahora en adelante lo ocurrido ya hace tantos años.

Víctor Jara nos viene a recordar que no avanzaremos un paso mientras no seamos capaces de derrocar a la impunidad, que tiene atada a la justicia con las mil formas que tienen los culpables para protegerse, empezando por la ley de amnistía de Pinochet, pasando por la actitud poco decente del Ejército de Chile que aún tiene en sus filas y defiende a los asesinos y concluyendo con los castigos de “libertad vigilada” que se le esta dando a los culpables en los juicios de Derechos Humanos.

Si hay algo en lo que no nos igualamos con el exterminio nazi, es en que el Hitler chileno murió de viejo, con honores, y en nuestro país conservó el respeto político, social y militar mientras vivió, lo que se nos impuso con acuerdos que pasaron por sobre todos los torturados, los desaparecidos, los martirizados, las fosas comunes y el impacto traumático que este exterminio significó para todos los chilenos.

Desde ese momento nos dividimos entre los que estamos con los muertos y los que están con los asesinos; en un Chile que se sigue buscando, excavando y exhumando la verdad, mientras ellos, los asesinos, antiguos militantes gremialistas que antes del golpe militar rayaron todo el país anunciando con un ¡YAKARTA VA!, que venía la ¡Noche de los cuchillos largos!, que Himmler inició en Alemania, luego se practicó en Yakarta y que en ese momento venía para nosotros.

Entonces, por decisión de los que participaron activamente de la dictadura, de los que mataron con mano ajena y se hicieron los lesos con la sangre que corría por debajo de sus negocios y robo de nuestro patrimonio económico estatal, se desató esa gran noche de los cuchillos largos que duró 17 años y nos dejó con un deshumanizado y criminal modelo neoliberal, del que hoy día se enorgullecen y dicen que si bien no están de acuerdo con los excesos cometidos en Derechos Humanos, debemos reconocer que este progresista sistema fue instaurado por el gobierno militar que ellos avalan.

Víctor Jara hoy nos viene a recordar la verdad y exige justicia, como tantos otros que a veces regresan de su desaparición forzada, y casualmente, es un simple conscripto el que nos está llevando a los hechos con declaraciones que develan el manto nebuloso de encubrimiento concertado que se ha desplegado sobre los crímenes, casualmente, como en Copiapó, donde los conscriptos y clases nos dijeron como y donde habían matado a los presos en octubre de 1973: al interior del regimiento, con corvos, cuchillos, golpes de culatas y de bolas de plomo que colgaban de cadenas, y no como declara un oficial que se culpa de todo diciendo que los baleó por la espalda al reducir un intento de fuga en la carretera. Lo notable es que sacamos a nuestros muertos de la fosa común en 1990 y estaban mutilados con corvos, cuchillos y golpes, sin embargo, solo a fines del año pasado, mediante una declaración hecha ante el juez Montiglio pude entregar pruebas de que mi hermano, Adolfo Palleras, fue masacrado y que no tenía balas; ante lo cual pregunto: ¿Habrá que exhumar sus restos para comprobar que él y las restantes víctimas de la Caravana de la Muerte en Copiapó no fueron fusilados por un solo hombre en un intento de fuga?

En este Chile Insólito, como lo llama Máximo Kinast, seguimos sobreviviendo, con un Parlamento de Congresistas cómplices criminales que se atreven a poner en duda la inocencia de los muertos, porque eran comunistas y la causa era esa, exterminar esa ideología.

Sobrevivimos a diario, en medio de la impunidad, la corrupción y la administración de la pobreza heredada por la dictadura… y con el regreso de Víctor Jara, que esta vez nos golpea con su verdad.


Angélica Palleras N.

Hermana de Adolfo Palleras N.

Ejecutado en tortura por la Caravana de la Muerte en Copiapó.

OTRA VEZ LA PODRIDA OEA

Desde Suecia, Oscar Gutiérrez me envía este artículo. Pienso que es muy posible que en Cuba se transgredan Derechos Humanos, pero no con la intensidad con que se transgreden en los países ’libres’ vasallos del Imperio, como Chile (mapuches, estudiantes, etc), Argentina (sigue desapareciendo gente), Perú, (falsos acusados de terrorismo, etc) y el resto del mundo. En especial, Estados Unidos transgrede, tortura, contamina, no firma el Tribunal Penal Internacional, sigue habiendo muchas cárceles secretas al estilo de Guantánamo, sigue torturando a emigrantes... sigue la Guerra de Irak y la lista de violaciones a los Derechos Humanos suma y sigue. 

Sugiero la lectura y difusión de este artículo de Fidel Castro

Máximo Kinast

OTRA VEZ LA PODRIDA OEA

La agencia cablegráfica alemana DPA divulgó ayer que la CIDH de la OEA aprobó un informe, señalando que Cuba “siguió transgrediendo” los derechos fundamentales al mantener las “restricciones” a los derechos políticos y civiles de la población, a la par que continuó siendo el “único” país de la región donde no hay libertad de expresión alguna.

 ¿Es que en esa podrida institución existe una CIDH? Sí, existe, me respondo. ¿Y cuál es su misión? Juzgar la situación de los derechos humanos en los países miembros de la OEA. ¿Estados Unidos es miembro de esa institución? Sí, uno de sus más honorables miembros. ¿Ha condenado alguna vez al Gobierno de Estados Unidos? No, jamás. ¿Ni siquiera los crímenes de genocidio cometidos por Bush, que han costado la vida a millones de personas? No, ¡nunca!, cómo va a cometer esa injusticia. ¿Ni siquiera las torturas de la Base de Guantánamo? Que nosotros sepamos, ni una palabra.

 Conseguimos por Internet copia del acuerdo contra Cuba. Basura pura. Se dedica a la chismografía contrarrevolucionaria.  Es largo, al estilo de los del Departamento de Estado, paradigma político y jefe de la OEA. ¡Con cuánta razón Roa la llamó Ministerio de Colonias yanki!

 Cabe preguntarle a esa desvergonzada institución que si nosotros fuimos expulsados de la OEA por proclamar nuestras convicciones y no somos miembros de esa institución, ¿qué derecho tiene a juzgarnos? ¿Haría lo mismo la OEA con la República Popular China, Vietnam y otros países que proclamaron como Cuba su adhesión a los principios marxistas-leninistas?

 La OEA debiera saber que hace rato no formamos parte de esa iglesia, ni compartimos su catecismo. Partimos de posiciones diferentes. Si hablamos de libertad de expresión, debemos recordarleque en nuestro país no se reconoce la propiedad privada sobre los medios de comunicación.

Fueron siempre los propietarios de estos los que determinaron qué se escribía y quiénes escribían, qué se transmitía o no, qué se exhibía o no. Los analfabetos y semianalfabetos no pueden hacerlo, y durante cientos de años, en tanto reinó el colonialismo y se desarrolló el sistema capitalista desde que fue inventada la imprenta, las cuatro quintas partes de la población no sabían leer ni escribir, ni existía la educación gratuita y pública.

 

Los modernos medios de comunicación lo han transformado todo. Hoy solo a través de gigantescas inversiones se puede disponer de los centros que divulgan las noticias por todo el planeta y solo quienes los manejan deciden qué se divulga y cómo se divulga, qué se publica y cómo se publica.

 Son evidentes los esfuerzos que realiza el Pentágono para monopolizar la información y las redes de Internet. A nuestro propio país se le bloquea el acceso a esas fuentes. Sería mejor que la CIDH diera cuenta al mundo  de los recursos que gasta su burocracia en tonterías, en vez de analizar estas realidades e informar a los países de América Latina de los gravísimos peligros que amenazan la libertad de expresión de todos los pueblos del planeta.

 Para cuestionar el papel de Cuba en ese terreno, tendría que empezar a reconocer, sin ambages, que esta ha sido la nación que más ha hecho por la educación, la ciencia y la cultura, entre todos los pueblos del planeta, y su ejemplo es seguido hoy por otros gobiernos revolucionarios y progresistas. Si tienen duda alguna, pueden preguntárselo a Naciones Unidas.

En este hemisferio los pobres jamás tuvieron libertad de expresión, porque nunca recibieron la educación de calidad y los conocimientos eran reservados únicamente para las élites privilegiadas y burguesas. No culpen ahora a Venezuela, que tanto ha hecho por la educación después de la Revolución Bolivariana, ni a la República de Haití, abatida por la pobreza, las enfermedades y catástrofes naturales, cual si esas fuesen las condiciones ideales para la libertad de expresión que proclama la OEA.

Hagan lo que hace Cuba: ayuden primero a formar masivamente personal de salud de calidad, envíen médicos revolucionarios a los más apartados rincones del país, que contribuyan en primer lugar a preservar la vida, transmítanles programas y experiencias de educación; exijan que las instituciones financieras del mundo desarrollado y rico envíen recursos para construir escuelas, formar maestros, producir medicamentos, desarrollar su agricultura y su industria, y después hablen de los derechos del hombre.

Fidel Castro Ruz

Mayo 8 de 2009

12 y 14 p.m.

UN ARTÍCULO DE GALEANO, IMPRESCINDIBLE

NI DERECHOS NI HUMANOS

Eduardo Galeano

Ni derechos ni Humanos Si la maquinaria militar no mata, se oxida.

El presidente del planeta anda paseando el dedo por los mapas, a ver sobre qué país caerán las próximas bombas. Ha sido un éxito la guerra de Afganistán, que castigó a los castigados y mató a los muertos; y ya se necesitan enemigos nuevos. Pero nada tienen de nuevo las banderas: la voluntad de Dios, la amenaza terrorista y los derechos humanos.

Tengo la impresión de que George W Bush no es exactamente el tipo de traductor que Dios elegiría, si tuviera algo que decirnos; y el peligro terrorista resulta cada vez menos convincente como coartada del terrorismo militar. ¿Y los derechos humanos? ¿Seguirán siendo pretextos útiles para quienes los hacen puré? Hace más de medio siglo que las Naciones Unidas aprobaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y no hay documento internacional más citado y elogiado. No es por criticar, pero a esta altura me parece evidente que a la declaración le falta mucho más que lo que tiene.

Por ejemplo, allí no figura el más elemental de los derechos, el derecho a respirar, que se ha hecho impracticable en este mundo donde los pájaros tosen. Ni figura el derecho a caminar, que ya ha pasado a la categoría de hazaña ahora que sólo quedan dos clases de peatones, los rápidos y los muertos. Y tampoco figura el derecho a la indignación, que es lo menos que la dignidad humana puede exigir cuando se la condena a ser indigna, ni el derecho a luchar por otro mundo posible cuando se ha hecho imposible el mundo tal cual es. En los 30 artículos de la declaración, la palabra libertad es la que más se repite.

La libertad de trabajar, ganar un salario justo y fundar sindicatos, pongamos por caso, está garantizada en el artículo 23. Pero son cada vez más los trabajadores que no tienen, hoy por hoy, ni siquiera la libertad de elegir la salsa con la que serán comidos. Los empleos duran menos que un suspiro, y el miedo obliga a callar y obedecer: salarios más bajos, horarios más largos, y a olvidarse de las vacaciones pagas, la jubilación y la asistencia social y demás derechos que todos tenemos, según aseguran los artículos 22, 24 y 25.

Las instituciones financieras internacionales, las Chicas Superpoderosas del mundo contemporáneo, imponen la "flexibilidad laboral", eufemismo que designa el entierro de dos siglos de conquistas obreras. Y las grandes empresas multinacionales exigen acuerdos "union free", libres de sindicatos, en los países que entre sí compiten ofreciendo mano de obra más sumisa y barata. "Nadie será sometido a esclavitud ni a servidumbre en cualquier forma", advierte el artículo 4. Menos mal.

No figura en la lista el derecho humano a disfrutar de los bienes naturales, tierra, agua, aire, y a defenderlos ante cualquier amenaza. Tampoco figura el suicida derecho al exterminio de la naturaleza, que por cierto ejercitan, y con entusiasmo, los países que se han comprado el planeta y lo están devorando. Los demás países pagan la cuenta.

Los años noventa fueron bautizados por las Naciones Unidas con un nombre dictado por el humor negro: Década Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales. Nunca el mundo ha sufrido tantas calamidades, inundaciones, sequías, huracanes, clima enloquecido, en tan poco tiempo. ¿Desastres "naturales"? En un mundo que tiene la costumbre de condenar a las víctimas, la naturaleza tiene la culpa de los crímenes que contra ella se cometen. "Todos tenemos derecho a transitar libremente", afirma el artículo 13.

Entrar, es otra cosa. Las puertas de los países ricos se cierran en las narices de los millones de fugitivos que peregrinan del sur al norte, y del este al oeste, huyendo de los cultivos aniquilados, los ríos envenenados, los bosques arrasados, los precios arruinados, los salarios enanizados. Unos cuantos mueren en el intento, pero otros consiguen colarse por debajo de la puerta. Una vez adentro, en el paraíso prometido, ellos son los menos libres y los menos iguales. "Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos", dice el artículo 1. Que nacen, puede ser; pero a los pocos minutos se hace el aparte. El artículo 28 establece que "todos tenemos derecho a un justo orden social e internacional".

Las mismas Naciones Unidas nos informan, en sus estadísticas, que cuanto más progresa el progreso, menos justo resulta. El reparto de los panes y los peces es mucho más injusto en Estados Unidos o en Gran Bretaña que en Bangladesh o Rwanda. Y en el orden internacional, también los numeritos de las Naciones Unidas revelan que diez personas poseen más riqueza que toda la riqueza que producen 54 países sumados.

Las dos terceras partes de la humanidad sobreviven con menos de dos dólares diarios, y la brecha entre los que tienen y los que necesitan se ha triplicado desde que se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Crece la desigualdad, y para salvaguardarla crecen los gastos militares. Obscenas fortunas alimentan la fiebre guerrera y promueven la invención de demonios destinados a justificarla.

El artículo 11 nos cuenta que "toda persona es inocente mientras no se pruebe lo contrario". Tal como marchan las cosas, de aquí a poco será culpable de terrorismo toda persona que no camine de rodillas, aunque se pruebe lo contrario.

La economía de guerra multiplica la prosperidad de los prósperos y cumple funciones de intimidación y castigo. Y a la vez irradia sobre el mundo una cultura militar que sacraliza la violencia ejercida contra la gente "diferente", que el racismo reduce a la categoría de subgente. "Nadie podrá ser discriminado por su sexo, raza, religión o cualquier otra condición", advierte el artículo 2, pero las nuevas superproducciones de Hollywood, dictadas por el Pentágono para glorificar las aventuras imperiales, predican un racismo clamoroso que hereda las peores tradiciones del cine. Y no sólo del cine.

En estos días, por pura casualidad, cayó en mis manos una revista de las Naciones Unidas de noviembre del 86, edición en inglés del Correo de la Unesco. Allí me enteré de que un antiguo cosmógrafo había escrito que los indígenas de las Américas tenían la piel azul y la cabeza cuadrada. Se llamaba, créase o no, John of Hollywood.

La declaración proclama, la realidad traiciona. "Nadie podrá suprimir ninguno de estos derechos", asegura el artículo 30, pero hay alguien que bien podría comentar: "¿No ve que puedo?".

Alguien, o sea: el sistema universal de poder, siempre acompañado por el miedo que difunde y la resignación que impone. Según el presidente Bush, los enemigos de la humanidad son Irak, Irán y Corea del Norte, principales candidatos para sus próximos ejercicios de tiro al blanco.

Supongo que él ha llegado a esa conclusión al cabo de profundas meditaciones, pero su certeza absoluta me parece, por lo menos, digna de duda.

Y el derecho a la duda es también un derecho humano, al fin y al cabo, aunque no lo mencione la declaración de las Naciones Unidas.